La regulación del comportamiento
El ser humano ha creado leyes que
regulan el comportamiento, que se han ido consagrando paulatinamente los
derechos de todas las personas. Hace apenas 150 años a nadie le llamaba la atención
que los niños trabajaban o que los niños fueran corregidos por sus profesores a
golpes.
La evolución de las ideas,
componente esencial del cambio en la humanidad, volvió esas creencias insostenibles:
hoy se defiende y se lucha para que los niños no trabajen ni sean corregidos
con ningún tipo de violencia. De hecho este y
otros derechos se encuentran expresados en la Convención sobre los
derechos del Niño y en la Ley General de los Derechos de los Niños, Niñas y
Adolescentes.
Hoy también estamos convencidos que
una conducta humana valiosa es la que contribuye a hacer mejor la vida, la que
ofrece apoyo solidario a quien se encuentra en problemas, la que genera avances
científicos o tecnológicos, la que respeta la dignidad de los demás. A la aceptación
de esos valores se ha llegado por medio de la razón, otro atributo que nos
distingue a los seres humanos.
Al estar dotados de razón, podemos
juzgar nuestras propias conductas de acuerdo a los parámetros señalados en el
párrafo anterior. Un acto que trasgrede esos valores debería avergonzar o hacer
sentir mal a quien lo realiza, aun así lo logra ocultarlo a los demás, pues
siempre se tendrá a sí mismo como testigo: llevamos en el alma un espejo que
todo el tiempo que muestra nuestro rostro, nuestro rostro moral. En cambio, una
acción que se guía por los valores nos enorgullece.
Podemos ser reconocidos, admirados
o recompensados por una conducta valiosa y eso, sin duda, nos resultará grato. Pero
en juicio más importante será el de uno mismo sobre su propia conducta.
Entonces, para actuar con
responsabilidad debemos actuar son responsabilidad, debemos detenernos a
examinar nuestros sentimientos y emociones, y reflexionar sobre lo que provoca-
por ejemplo, lo que no nos molesta o nos hiere-, a fin de ser conscientes de
ello y aprender a manejarlo, pues lo que inicialmente nos parece terrible o
intolerable, podría no serlo cuando se le analiza.
Asimismo, hay que reflexionar sobre
las consecuencias que podrían tener, para nosotros y para los demás, las
acciones que emprendemos al dejarnos llevar por nuestros impulsos. Pero también
hay que juzgar con base en los valores.
Todo lo anterior nos lleva a pensar
en la dignidad humana, que puede definirse como el valor o la importancia que
tiene cada persona por el simple hecho de serlo, y su derecho a ser respetada
como tal, independientemente de sus características físicas, su clase social,
su creencias, su forma de vestir, su género, su edad, entre otros rasgos. Derecho
que no debe violarse por ninguna circunstancia. De aquí la importancia de tener
en cuenta nuestros calores antes de ceder al impulso de nuestras emociones.
Al conducirse de acuerdo con estos valores por propia voluntad, sin que nadie te obligue o te presione a hacerlo,
sin que lo hagas para obtener una
recompensa o para evitar un castigo, estás actuando éticamente. La ética no
impone conductas, no amenaza con sanciones ni promete gratificaciones: se
sustenta en principios por respeto y congruencia de uno mismo. En eso consiste
la actitud moral. Quien se respeta a sí mismo no realiza acciones de las cuales
se avergonzaría. Al contrario, procura que su conducta le haga cada vez mejor
humano.
Los principios éticos son aquellos
que orientan el comportamiento de quien asume esta postura.
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